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Una de las caracter�sticas m�s llamativas de la predicaci�n apost�lica era esto: comunicaba a hombres y mujeres la maravillosa experiencia de ser perdonados. Habr� notado usted el hecho inmensamente significante que la mayor�a de las expresiones l�ricas de poes�a y doxolog�a en ambos testamentos celebra el perd�n. ��Qu� Dios como t�...?� Exclama Miqueas (Mi. 7:18), desafiando en nombre de Jehov� toda la pompa imperial de las terribles deidades de las naciones. Pero la importancia extraordinaria de esa jubilaci�n prof�tica yace en las palabras que siguen inmediatamente, qu� muestra la acci�n caracter�stica del Dios de Israel dentro de la historia. No, qu� Dios como t� que vuela en alas del viento y andas sobre las alturas de la tierra. No, qu� Dios como t� que confunde las artima�as del pecador y tienes al malo en escarnio. Sino esto, ��Qu� Dios como t�, que perdona la maldad y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. �l volver� de tener misericordia de nosotros. . .� (Miqueas 7:18�19). Esto, declaran los escritores de las Escrituras a una voz, es su corona de gloria--la �ltima maravilla. Nada de extra�o que Samuel Davies cantara y nos hiciera cantar: Gran Dios de maravillas, todos tus caminos, Son dignos de t� ser divino. Pero las glorias de tu gracia, Brillan m�s que tus otras maravillas. Qui�n es un Dios perdonador como t�, �O qui�n tiene gracia tan rica y libre? La verdadera profundidad de la concepci�n cristiana del perd�n, y el esplendor esencial de la experiencia cristiana, se descubre s�lo a aqu�llos que han enfrentado y respondido por lo menos a tres principios y preguntas ineludibles. En una forma u otra, estas preguntas se repiten continuamente. No s�lo frecuentan el pensamiento de los te�logos sino tambi�n la lucha humana de siempre con la tentaci�n. Confrontan a cada nueva generaci�n y a cada alma individual, y exigen una respuesta. En particular se levantan, aunque sea inarticuladamente, de cada congregaci�n reunida y se arrojan anhelosamente de aqu� a all� fervorosamente. A veces puede ser con una desesperaci�n apasionada en la persona que tiene que hablar a sus compa�eros en nombre de Dios. �Estas preguntas y sus respuestas detallan para nosotros el sistema teol�gico de la salvaci�n llamado soteriolog�a--�c�mo es que Dios nos salva? �La primera pregunta es esta: es necesario el perd�n? �Es necesario el perd�n? Suponga que anunciamos a una persona que lo esencial acerca del evangelio es su ofrecimiento de perd�n. De hecho, suponga que lo hacemos en las palabras de San Pablo: �Si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo� (2a Co. 2:10). Suponga que �l replica: �Debe haber un error. Cristo ha venido a la direcci�n equivocada. �Perd�n? �Para m�? �Por qu� lo necesito? Sin duda hay suficientes que han errado y han hecho un embrollo de las cosas, por eso es que el mundo est� en esta lamentable condici�n. �Pero, yo? �Qu� he hecho yo para que tenga que perdonarme?� �Cu�l es la contestaci�n apropiada para tal persona? Obviamente, hay los que no creen en el perd�n de pecados porque no creen en la realidad del pecado. De manera que para contestar a la pregunta de si el perd�n es necesario, debemos empezar muy atr�s con el asunto del pecado. Y a esa sugerencia algunos responder�an con un desaf�o arrogante y descarado: ��Pecado? Ciertamente no ir� a resucitar a ese viejo cuco.� El pecado se ve como la vieja tonter�a de un calvinismo antediluviano. Y aun cuando concedemos el hecho del pecado humano, �Abana y Farfar, r�os de Damasco, �no son mejores que todas las aguas de Israel?� (2a Reyes 5:12). ��No es nuestro humanismo nativo mejor que el Jord�n pasado de moda? Sea sensato. �Piensa usted que al poder detr�s del universo le va a importar c�mo yo escojo manejar mi vida? Tiene m�s que hacer.� La reacci�n com�n es que Dios palmear� la espalda del pecador un d�a y dir�: �Vamos, vamos. Yo s� que no quisiste hacerlo. No eres tan malo. El perd�n no es necesario.� �Gu�rdalo para aqu�llos que lo quieren,� nos dicen, �pero por favor no me lo ofrezca a m�.� El hecho es que culturas, sociedades, comunidades, naciones, y civilizaciones han ca�do porque sostuvieron el rom�ntico mito del progreso inevitable. �Ninguna acumulaci�n de evidencia contradictoria,� dice Reinhold Niebuhr, �parece perturbar la buena opini�n que el hombre moderno tiene de s� mismo.� Se cuenta la historia de Federico el Grande, qui�n una vez escuch� un serm�n que desahogadamente glorificaba la idea del progreso. El hombre era una criatura maravillosa que pronto se ocupar�a de su salvaci�n y har�a de la tierra un para�so. Pero Federico, crecientemente impaciente, oy� con desd�n esa ociosa charla y murmur�: �Se ha olvidado del puro diablo en el coraz�n humano, las pasiones an�rquicas del alma.� �Qu� de la persona que minimiza el pecado y niega que el perd�n sea necesario? Incluso esta persona tiene punzadas moment�neas de inquietudes y auto acusaci�n. �La mala conciencia,� escribe Brunner, �es como un perro encerrado en el s�tano a causa de su h�bito tedioso de ladrar, pero est� continuamente observando para entrar en la casa prohibida para �l y puede hacerlo en el momento en que su due�o relaja la vigilancia.� La mala conciencia siempre est� ah�. Es cr�nica, pero hombres y naciones parecen lograr un grado asombroso de �xito reparando su complacencia da�ada e imponiendo silencio a su conciencia intranquila. �Tenemos iglesias,� escribi� a P.T. Forsyth, �de las mejores y m�s amables personas que no tienen nada apost�lico o misionero, que nunca conocieron la desesperaci�n del alma o su gratitud sin aliento.� Una vez que se ha hecho a un lado, racionalizado el pecado, una doctrina de perd�n siempre parecer� superflua y no pertinente. Nuestra tarea es proclamar comprensiblemente al mundo el juicio y la misericordia del Se�or, y al hacerlo demostrar la necesidad del perd�n. El caos del mundo. Hay tres hechos de la vida y de la historia humana que demuestran la necesidad del perd�n. El primero es el caos del mundo. Si algunos te�logos han intentado desechar la idea del pecado original, los reporteros de noticias que escriben sobre la situaci�n actual est�n exponiendo la doctrina que yace profundamente en la conciencia del g�nero humano. El editor de un peri�dico, al hacer un comentario sobre un acto de cruel tortura y asesinato que hab�a sido cometido por tres muchachas adolescentes contra un compa�ero de clase, y buscando una raz�n de por qu�, dijo: �Son j�venes sin almas. Su generaci�n los ha ense�ado que nada es malo y nada es correcto.� Estamos siendo testigos hoy de c�mo el fracaso moral de una generaci�n vac�a la visi�n moral de la pr�xima. El hecho es innegable. El mundo entero est� enclavado en una gran dificultad tr�gica de pecado. Como dijera Juan: �El mundo entero est� bajo el maligno� (1a Juan 5:19). El dilema del hombre es c�smico--el reino del pecado. No podemos desligarnos del problema. Considere la distorsi�n y la diablura del mundo; la disposici�n que es pecadora, y el prejuicio que estorba el esp�ritu. Ninguna persona que haya confrontado el caos del mundo puede mantener honestamente la pretensi�n mucho tiempo de que el perd�n es innecesario. El car�cter de Cristo. El segundo argumento que demuestra la necesidad del perd�n es el car�cter de Cristo. �Quiz� yo no sea un santo, pero soy tan bueno como cualquiera otro,� dice alguien. Esa declaraci�n podr�a tener alguna validez cuando uno se compara con otro. Pero el argumento se encoge cuando Jes�s se le acerca, porque ��l tiene una belleza diaria en su vida que me hace feo,� dijo Cassio. Agust�n, en sus a�os tempranos en la Universidad de Cartago, era un joven condescendiente consigo mismo, lleno de complacencia y transigencia. �Cantaban alrededor de m� en mis o�dos,� dijo �l, �un caldero de amores imp�os.� Un d�a, sin embargo, Jes�s cruz� su camino y �l fue humillado hasta el polvo. �Me alcanzaste,� llor� Agust�n, �por detr�s, a mis espaldas, donde yo me hab�a puesto todo el tiempo que prefer�a no verme, y t� me pusiste ante mi cara para que viera cu�n vil era yo. Me vi y me horroric�.� �Entonces, vuelto el Se�or,� anota el evangelista, �mir� a Pedro; y Pedro record� la palabra del Se�or que le hab�a dicho� (Lucas 22:61). Y este hombre fuerte sali� y llor� como un ni�o. El orgullo es deshecho por la santidad de Cristo. La anarqu�a de la persona con pretensiones de superioridad moral se derrumba. �D�nde est�, entonces, la persona que pueda traer su vida a la blanca luz del car�cter de Jes�s esa nobleza sin igual, esa espiritualidad sin medida, y que todav�a piense que no tiene nada de qu� ser perdonado? La cruz de nuestro Se�or. Si el caos del mundo y el car�cter de Cristo no demuestran suficientemente que todos necesitan el perd�n, la cruz de nuestro Se�or tiene que hacerlo. El Dr. E. Stanley Jones cont� la conversi�n de un hombre que era oficial gubernamental en la India. Su trabajo lo llevaba fuera de casa, y all� era tentado y entr� en toda manera de deshonestidad y verg�enza. Con el paso del tiempo, la carga de la culpa lo atorment�. Un d�a llam� a su esposa a su habitaci�n y empez� a revelarle toda la infeliz historia. Cuando se dio cuenta del significado de sus palabras, ella se puso p�lida como la muerte, tambale�ndose cay� contra la pared, apoy�ndose all� con l�grimas en su rostro como si hubiera sido azotada con un l�tigo. �En ese momento,� dijo �l despu�s, �yo vi el significado de la cruz. Vi el amor crucificado por el pecado.� Y cuando hubo terminado, y ella le dijo que todav�a lo amaba y no lo dejar�a, y que ella lo ayudar�a a una nueva vida, era la conversi�n�la salvaci�n. Karl Barth lo puso as�: �el Pecado nos abrasa cuando viene bajo la luz del perd�n, no antes, el pecado nos abrasa entonces.� Lo que hizo la predicaci�n apost�lica fue mostrarnos a todos el significado de la cruz y nuestra propia aportaci�n en ella. �Como especie,� dijo Forsyth, �no somos ni siquiera ovejas descarriadas o pr�digos errantes, somos rebeldes capturados con las armas en las manos.� No debemos laborar bajo la noci�n equivocada de que en las corrupciones del mundo, en los odiosos males que han llevado a millones a la miseria, en las cosas en las que la cristiandad no tiene parte, que nuestras manos est�n limpias. Las cosas que crucifican a Cristo y arruinan al mundo entero son los pecados comunes de todos los d�as: el egocentrismo, el orgullo, la apat�a, el cinismo, la flojedad, la falta de bondad, la oportunidad desaprovechada, el compromiso lastimoso --estos son los clavos y la lanza y la cruz. �Negar� alguien, con Jes�s colgado all�, que el pecado sea el enemigo cr�tico, la cosa m�s peligrosa e insaciable en el mundo, y que uno necesite ser perdonado personalmente? Yo creo que hemos contestado a la primera pregunta con cierto grado de minuciosidad. �Es necesario el perd�n? De hecho, es necesaria para todos. Y hay una segunda pregunta: �Es posible el perd�n? �Es posible el perd�n? Que el efecto sigue autom�ticamente a la causa es el argumento de la humanidad. �Lo que el hombre sembrare, esto tambi�n segara,� declaran las Escrituras. �Como tiende el hombre su lecho, as� yace en �l,� es la noci�n popular. �El hombre llevar� las consecuencias de su acci�n; el pasado, pasado es y est� fuera de su control,� declare la mayor�a. Hay verdad obviamente, en todos estas declaraciones. La pregunta es, �d�nde puede entrar posiblemente el perd�n? �sta es la lectura l�gica de la situaci�n humana. Cada hecho malo lanzado en la corriente de la vida es como una piedra echada en el r�o. Las ondas se extienden en c�rculos extendidos sin detenerse hasta que llegan a la orilla m�s lejana. As� se propaga el mal. Antes de que el pecador sepa lo que ha pasado, el pecado se ha perdido de vista y est� fuera de control. �C�mo puede entrar el perd�n redentor en tal situaci�n? Pareciera no haber ninguna apertura en absoluto para �l. �ste es el miedo de la vida y la literatura. De S�focles a Shakespeare el testimonio es el mismo -- no hay camino para regresarse donde se empez�. Ese d�a, hace a�os, usted hizo su elecci�n, y hoy est� quemando sus manos. Le gustar�a tirarlo, pero no puede. �De cierto os digo que ya tienen su recompensa,� dijo Jes�s.� Lo tr�gico del pecado no es que falle su meta, sino precisamente que tiene �xito. Nosotros razonamos que el hombre debe escoger; y obtiene lo que ha escogido y termina encadenado a ello. "Dios acepta la emancipaci�n del hombre de �l,� dijo Brunner, �y lo carga con su peso.� �El que es injusto, sea injusto todav�a,� dice Apocalipsis. El dedo escribe y habiendo escrito: Se va; ni toda tu piedad ni ingenio Lo atraer� para cancelar media l�nea. Ni todas las l�grimas borrar�n una sola palabra. As� es que la idea ha sido profundamente arraigada en la mente de muchos que el perd�n no es posible. Pero nosotros sabemos que es posible con tal que entendamos qu� es el perd�n. �Y eso nos lleva a una tercera pregunta: �Qu� es el perd�n? �Qu� es el Perd�n? El perd�n involucra tremendamente tres realidades: absoluci�n, pureza, y un proceso de vida. �Absoluci�n! El perd�n significa un nuevo comienzo, otra oportunidad, un nuevo rengl�n -- es el levantamiento de la carga, la cancelaci�n de la deuda -- la respuesta de Dios al lamento de una conciencia torturada. �Ten piedad en m�, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones,� or� al Salmista. Los escritores del Nuevo Testamento saltan sobre sus pies y hacen bocina con sus manos para gritarlo; c�mo expresar esta verdad maravillosa con la ruina del discurso humano. �Buenas nuevas! Hay perd�n en Dios. Hay una tierra de nuevos comienzos. Hay una fuente llena de sangre, Que fluye de las venas de Emanuel, Y los pecadores sumergidos all�, Pierden todas sus manchas de culpables. Pierden todas sus manchas de culpables. El perd�n es la palabra que resuena como m�sica a trav�s de todo el Nuevo Testamento. Fue el impulso en el que la iglesia naci�. Era lo que los primeros cristianos predicaron cuando entraron en el mundo griego fatalista, pesimista y lleno de miedo. �El fatalismo es una mentira,� clamaron ellos, "Dios nos da otra oportunidad.� Celso, el fil�sofo griego, escarneci� el �ra�do� movimiento cristiano: "Todos los otros maestros,� dijo �l, �llaman a s� las mejores personas, el habilidoso y el bueno, pero este loco de Jes�s llama a s� al vencido y al quebrantado, a la plebe y a lo postrimero, a los fracasados y a la escoria.� Pero, lejos de avergonzarse por eso, la iglesia se glori� en ello. �S�, es verdad,� dijeron ellos. �Cristo toma lo roto y derrotado, pero no los deja as�. De los fracasados que t� desechar�as �l las hace personas nuevas. �stas son las buenas nuevas: ahora tenemos redenci�n por medio de su sangre incluso el perd�n de los pecados.� �Pureza! Debemos ir m�s all�, sin embargo, en la definici�n del perd�n. No ser�a apropiado detenerse con la absoluci�n, grande como es. Darle una nueva oportunidad a una persona sin un nuevo coraz�n; perdonar el mal sin destruir el mal; absolver a las personas sin levantarlas; ser�a desmoralizarlos. Estimular�a a pecar con impunidad y hacer de la gracia de Dios un c�mplice continuo del mal. A veces nosotros acusamos a nuestros amigos cat�licos romanos de eso. Una persona va a confesi�n, obtiene la absoluci�n, despu�s sale y peca de nuevo porque el perd�n le ha venido demasiado barato. Nuestros amigos lo resienten, y debidamente, porque eso no es lo que la iglesia cat�lica romana ense�a. Sin embargo, ilustra un punto de vista subcristiano demasiado com�n en la historia de ambas tradiciones, la protestante y la cat�lica, que es pensar del perd�n en condiciones que se refieren a la seguridad o a la protecci�n y dejar en libertad a los individuos de las consecuencias del pecado sin salvarlos del propio pecado. Hay dos teor�as mayores del perd�n que han descendido por los siglos, simbolizadas por dos dignas profesiones, la ley y la medicina. El abogado piensa en t�rminos legales. Dios, para �l, es el gran juez, y el hombre es un prisionero ante el tribunal de la justicia divina, despu�s de haber quebrantado la ley de Dios. Cristo representa al abogado de la defensa, defendiendo el caso del pecador, cancelando su deuda. El concepto legal ha sido por mucho tiempo un enfoque dominante del perd�n, y debidamente. Podr�a argumentarse que Pablo que era el enlace entre el mundo hebreo y el griego entr� en las ciudades del imperio romano y tradujo la cristiandad de una concepci�n hebrea a modelos romanos de pensamiento. Su idioma era a menudo el idioma legal porque la mente romana era una mente legal. El argumento de la Ep�stola a los Romanos es de justificaci�n por la fe, de c�mo Dios puede ser justo y ser todav�a el justificador del inicuo. A pesar de la Reforma, hemos heredado m�s o menos esa noci�n legal del perd�n. En parte porque la Iglesia Cat�lica Romana tom� la doctrina del perd�n y edific� un sistema sacramental detallado alrededor de �sta--la adorn� con la idea de premios, multas, penitencias, purgatorio, confesiones, absoluciones--y la gran verdad fue obscurecida por la misma maquinaria eclesi�stica que fue dise�ada para promoverla. No obstante, no debemos desechar el lenguaje de tribunal de justicia cuando pensamos en el perd�n. El aspecto legal del perd�n es v�lido. Todav�a necesitamos ir m�s all� y detr�s de ello para descubrir que Cristo no s�lo vino a salvarnos del castigo del pecado, pero del pecado mismo. Por eso la profesi�n m�dica tiene una analog�a quiz� mejor para entender el significado del Nuevo Testamento para el perd�n. El m�dico no piensa en condiciones de la ley sino de la vida. El pecado, para �l, es una enfermedad que destruye la vida. El perd�n es la cura para el pecado--la infusi�n de nueva vida para echar fuera el mal y restaurar la salud y la cabalidad. Cuando uno lee el Nuevo Testamento, descubre que Jes�s no prest� atenci�n al sistema de sacrificios del Templo. �l obtuvo el apodo de �el gran M�dico.� Parec�a no prestar atenci�n a la noci�n legal. De hecho, A menudo ten�a que chocar con las mentes legales para obrar su cura. Trajeron ante �l a una mujer tomada en el pecado. �La ley dice que merece la muerte, �qu� dices t�?� Preguntaron ellos. �l no contest�. Inclin�ndose, escribi� en la tierra. Cuando levant� los ojos, se hab�an ido. Nadie estaba all�, s�lo la mujer. ��D�nde est�n tus acusadores? �Nadie te ha condenado?� �Nadie, Se�or,� contest� ella. �Ni yo te condeno, vete y no peques m�s.� Sus acusadores hab�an salido a salvar una ley. �l hab�a salido a salvar una vida. El perd�n significa absoluci�n, una oportunidad nueva --y pureza, una nueva vida. �El proceso de vida! El perd�n no trata con una persona simplemente en lo que se refiere a la absoluci�n y la pureza; es el arma cristiana para la redenci�n social. Hay sesenta y dos palabras para perd�n en el Nuevo Testamento. Veintid�s veces significa perd�n para otros. Sin eso, de hecho, no hay perd�n para nosotros. Sospecho que usted est� pensando ahora en la historia que Jes�s exager� deliberadamente. Un esclavo deb�a diez mil talentos (diez millones de d�lares), una cantidad imposible de reintegrar. Rogando de rodillas por misericordia, �l fue perdonado y, entonces, a pesar de la misericordia mostrada a �l, fue derecho de sus rodillas a retorcerle el cuello a un consiervo pobre que le deb�a veinte d�lares. Jes�s cont� la historia para mostrar que las personas no son perdonadas si ellos no perdonan; que no tienen ning�n parentesco con el Padre a menos que tengan el esp�ritu del Padre. No hab�a nada legal en su pensamiento. El mensaje est� claro: si usted no perdona, Dios no lo perdonar� a usted. �l estaba pensando en la corrosi�n del alma humana que alberga odio y resentimiento hacia otro, y que es imposible que la gracia de Dios viva en un alma que no tiene gracia. Pedro quiso mantener el perd�n un asunto legal y de estad�sticas: �Se�or, �cu�ntas veces perdonar� a mi hermano que peque contra m�? �Hasta siete?� Sab�a que ten�a que ser m�s de tres que eran la concesi�n de costumbre bajo la ley. Y Jes�s le dijo: �Pedro, no hay l�mite para el perd�n. No siete veces, sino setenta veces siete--cuatrocientas noventa veces.� �sta es la estrategia del evangelio. Vamos al mundo como personas que han sido perdonadas de una deuda que nunca podr�amos pagar. Y vamos armados con el esp�ritu de perd�n para sanar las heridas, corregir los males, y cambiar las relaciones fracturadas. La oscuridad no puede echar fuera la oscuridad; s�lo la luz puede. La ignorancia no puede echar fuera la ignorancia; s�lo el conocimiento puede. El mal no puede echar fuera el mal; s�lo la bondad puede. �Me pregunto! �Necesitamos empezar aqu� con el perd�n? �Padre, perd�nanos, como nosotros perdonamos a los dem�s.� El Dr. Earle Wilson es un Superintendente General de La Iglesia Wesleyana, sirviendo en esa capacidad desde 1984. Su ministerio ha incluido el servicio como pastor y presidente de una Universidad B�blica. �l y su esposa Sylvia tienen tres hijos y ocho nietos. Earle y Sylvia viven en Indianapolis, Indiana, EUA. 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