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Muchos recuerdan su pesado acento neoyorquino, su cabello liso peinado para atr�s, los largos puros que fumaba, y las palabras rebuscadas que esgrim�a con facilidad asombrosa. En la caseta de transmisiones, �l impulsaba sus fuertes opiniones y aventaba sus animosas preguntas. Sus compa�eros locutores ten�an que luchar para meter baza cuando Howard ten�a su boca en pi��n de ataque. Mientras algunos entusiastas del deporte admiraban a Cosell, muchos atletas lo despreciaban. No era porque Howard no mostraba misericordia en su cr�tica de los jugadores, o que nunca se cansaba de ponerlos en aprietos en sus famosas entrevistas. La raz�n era m�s profunda que eso. Era que Cosell no ten�a la menor habilidad atl�tica. �l nunca hab�a enfrentado una bola r�pida de 90 millas por hora o hab�a sentido el tremendo dolor de un golpe al est�mago en boxeo. �l nunca hab�a sido tirado a tierra por un defensa fornido. La cr�tica del locuaz Howard Cosell de los atletas profesionales estaba muy lejana de su propia experiencia en los deportes. �l hablaba de cosas que nunca hab�a experimentado. �l nunca jug� el deporte. La verdad hermosa del evangelio es que nuestro Salvador hizo el ejercicio completo del la lucha y el sufrimiento humano. �l jug� todos los minutos desde el nacimiento hasta la muerte y enfrent� sus alegr�as y agon�as a extremos mayores que nosotros podemos conocer. Su evangelio no es una transmisi�n a nosotros desde la seguridad del cielo. Como explica el escritor de hebreos, �l particip� de nuestra humanidad. �l fue, en todos los sentidos, hecho como nosotros, y nos lleva a la gloria por el camino de su propio sufrimiento que nosotros ahora andamos. �Pero hay m�s! M�s all� del consuelo general de saber que Jes�s entiende nuestras vidas humanas de adentro para fuera, el escritor de hebreos revela tres beneficios espec�ficos que nosotros disfrutamos ahora, porque Jes�s vivi� y sufri� como un ser humano real. Tenemos la victoria sobre el temor de la muerte, el perd�n de los pecados, y la ayuda en la tentaci�n. Victoria sobre el temor de la muerte Todos hemos o�do el refr�n de que no hay nada certero en la vida sino la muerte y los impuestos. El humor es que sabemos qu� es la muerte, y la muerte sola con la que no podemos hacer trampa. Pueden levantarse los impuestos, bajarse, o incluso derogarse. Muchos han aprendido a evitar el pago de ellos a trav�s de estrategias financieras sutiles y de maniobras h�biles a trav�s de las complejidades del c�digo de impuestos. Otros se niegan a pagar impuestos simplemente, corriendo el riesgo que los oficiales gubernamentales no podr�n rastrear a todas las personas que burlan esta responsabilidad c�vica. Los impuestos no son certeros, pero la muerte lo es. Las buenas nuevas del evangelio son que Jes�s, desde que se hizo uno de nosotros, puede rescatarnos del temor de la muerte (He. 2:15). Pero de un principio debemos admitir que son pocas las personas que podr�amos ver en un d�a t�pico que parecen estar paralizadas por el miedo de la muerte. �Por qu� no? Las razones no son dif�ciles de imaginar. En primer lugar, el estilo y los h�bitos de la vida moderna nos apartan a muchos del contacto directo con la muerte. Los moribundos a menudo se pasan sus �ltimos d�as o meses rodeados por profesionales m�dicos bien adentro de macizos hospitales. Incluso despu�s de la muerte, sus cuerpos son llevados por otros profesionales que se esfuerzan por hacer que el difunto parezca tan vivo como es posible. En la tumba, la alfombra verde oculta todas las se�ales de ese agujero repugnante en la tierra, y normalmente las familias son alejadas r�pidamente antes que el ata�d se baje en la fosa silenciosa y se cubra con la tierra. Parece que nos escudamos en cada giro de las realidades �speras y dolorosas de la muerte. A pesar de las chocantes escenas llevadas por las noticias de la tarde a nuestras pantallas de televisi�n, raramente venimos cara a cara con la muerte de maneras que absorban nuestra atenci�n. Los j�venes, claro, rara vez piensan en la muerte o de morirse. En la primavera de nuestros d�as, es dif�cil considerar el fin de la vida de una manera realista. A�n conforme envejecemos, disfrutamos los beneficios de los milagrosos adelantos de la ciencia m�dica. Enfermedades como la pulmon�a que rutinariamente mataba a sus v�ctimas hace s�lo una generaci�n, se tratan ahora a menudo con �xito con unas p�ldoras de la farmacia local. �Estas maravillosas medicinas, combinadas con la buena nutrici�n, han extendido el promedio de vida humano tan dram�ticamente que nuestro planeta tiene un ej�rcito inaudito de ciudadanos mayores activos y �giles! Otro ej�rcito de investigadores est� buscando diligentemente las causas del envejecimiento, y espera reducir la velocidad de, si no desactivar, los relojes biol�gicos que nos llevan a cada uno hacia el fin de nuestra vida. Algunos est�n tan convencidos que la victoria sobre la muerte est� apenas a la vuelta de la esquina que han hecho arreglos para que sus cuerpos sean congelados cuando mueran y descongelados despu�s, cuando haya llegado la nueva tecnolog�a. Si rara vez miramos a la muerte en la cara, y si los descubrimientos m�dicos prometen mejores y m�s largas vidas que antes, no es de maravillarse que tantos de nosotros no vivamos con miedo de la muerte. Pero para otra gente, la muerte no les trae ninguna ansiedad por una raz�n diferente. Ellos ya no creen (si alguna vez creyeron) las ense�anzas de la Biblia sobre la posibilidad del castigo eterno despu�s de la muerte. Muchos han concluido que un Dios amoroso no castigar�a a las personas por algo otro que los cr�menes m�s brutales. Incluso los criminales violentos, podr�an esgrimir la defensa que son meramente productos de su educaci�n y del abuso al que la sociedad los ha sometido. Como lo explicara un amigo: �Dios es m�s que inteligente para ver el panorama completo de la vida de todos, y en el fin, todos entramos.� Otra gente ha abandonado la creencia en cualquier clase de vida m�s all�, quiz�s incluso en la existencia de Dios. Como otro amigo recientemente explicaba, �Como lo veo yo, todos nosotros apenas entramos en la nada, y �se es un pensamiento m�s bien confortante para m�.� Tales personas no sienten ninguna necesidad de ser librados del miedo de la muerte, desde que no tienen ning�n miedo de la muerte en primer lugar. Quiz� no se han enfrentado con la certeza de sus propias muertes o de su impotencia cuando est�n en su poder. Quiz� no se han dado cuenta del peso del juicio sobre ellos, o la tragedia de la alienaci�n eterna de Dios. Mientras se escurren por la vida sin preocupaci�n o alarma, las buenas nuevas del evangelio tienen muy poca apelaci�n para ellos. �Quiz� la �nica condici�n peor que vivir con miedo de la muerte es vivir en la comodidad descuidada sin Dios! Es s�lo por el ministerio de gracia y amor del Esp�ritu Santo que nos perturbamos, incomodamos, y nos inquietamos con la pregunta de nuestro destino final. En otras palabras, el Esp�ritu debe impartir cierto grado de sensibilidad espiritual y entendimiento para llevarnos hasta el punto de temer la destrucci�n y la muerte que el Maligno desea para nosotros. Juan Wesley, el reformador ingl�s, estaba navegando por el Oc�ano Atl�ntico en los a�os de 1730 para hacer trabajo misionero cerca de Savannah, Georgia. Una tormenta peligrosa engolf� la nave, amenazando hundirla y enviar a los pasajeros a sus muertes. Aunque Wesley estaba sirviendo en el ministerio cristiano, �l todav�a no se hab�a abierto paso a confiar plenamente en Cristo. Mientras la tormenta rug�a y el fin parec�a cercano, Wesley fue impresionado por un grupo de cristianos moravos que descansaban serenamente de cara a la muerte con una paz que Wesley mismo no disfrutaba. Su propio temor ante la muerte ayud� a alimentar su b�squeda continua de Dios que finalmente lo llev� a la experiencia abrigadora de una fe m�s profunda en Cristo en la Calle Aldersgate en 1738. Sin embargo, no importa lo amorosamente que Dios pueda usar nuestro temor de la muerte para atraernos a �l, no es su voluntad que sus propios hijos vivan con miedo. Aun as�, nosotros los creyentes podemos encontrarnos agitados y asustados cuando la muerte nos amenaza realmente. Como los disc�pulos que navegan en el Mar de Galilea, que hab�an dejado todo para seguir a Jes�s y lo ten�an all� mismo con ellos en la barca (Marcos 4:35-41), nos encontramos anegados por el miedo como las olas y el rugido de los vientos. Como muchos han descubierto, seguir a Jes�s es una jornada continua de fe en la que cada nuevo recodo del sendero y cada nueva escena en el camino trae un nuevo desaf�o y un nuevo llamado a un nivel m�s profundo de confianza en el Salvador. Cuando enfrento mi muerte, cuando una enfermedad amenaza mi vida, cuando el m�dico tiene malas noticias sobre mi cuerpo, cuando yo veo sombras extra�as en la placa de rayos x--entonces el Salvador me invita a confiar m�s plenamente en �l -- a descansar aun m�s completamente en �l. El escritor de Hebreos nos da una visi�n para poner ante nuestros ojos, una promesa para reclamar, una verdad para estar firme: el propio Jes�s tom� nuestra naturaleza humana y muri� una muerte humana para �destruir por medio de la muerte al que ten�a el imperio de la muerte, esto es, al diablo� (2:14). El escritor no explica la l�gica completa de esto ni muestra c�mo la muerte de Jes�s sella el destino del Malo. La l�nea de fondo es lo que realmente importa: porque el Hijo divino se hizo carne y muri�, yo puedo encontrar libertad del miedo a trav�s de �l. Puedo contar con el Salvador que borre el miedo y lo reemplace con confianza asombrosa. �l ha marcado el camino a trav�s de la muerte a la vida, y por su gracia yo lo seguir�. Puedo orar con seguridad en las palabras de Carlos Wesley: �Cuando entre en las aguas del Jord�n, y mengue el af�n de mis temores; ll�vame sobre la corriente agitada, depos�tame seguro en el lado de Cana�n.� Expiar los pecados del pueblo El escritor de Hebreos describe otra obra que hizo Jes�s porque vivi� entre nosotros como un ser humano: Jes�s sirvi� como sumo sacerdote para quitar los pecados del pueblo (2:17). El pecado es, despu�s de todo, la causa fundamental de la muerte desde que nos aleja del Dios viviente. Pero participando de nuestra naturaleza humana, Jes�s pudo cumplir con el patr�n para el perd�n establecido hace mucho tiempo por el Padre en la religi�n de Israel. En el Monte Sina�, Dios apart� a la tribu de Lev� y la familia de Aar�n para servir como sacerdotes, que funcionar�an como mediadores entre personas imp�as y un Dios santo (�xodo 29). Aqu� est� el punto crucial: los seres humanos pecadores no pueden acercarse directamente a un Dios santo para recibir el perd�n. No obstante, Dios ha escogido no perdonar los pecados a la distancia con un mero adem�n. Criaturas pecadoras y el Dios puro deben enlazarse uno al otro por medio de alguien que puede pontear el vac�o y puede quitar el pecado que ofende tanto a Dios. Los sacerdotes de Israel no fueron capaces de realizar esta tarea, puesto que ellos mismos eran pecadores y, por consiguiente, parte del problema. En el mejor de los casos, ellos apuntaron hacia el futuro, a Jes�s, el Mediador perfecto. Como el Hijo divino que se hizo carne, s�lo Jes�s pod�a representar perfectamente ambas partes, la humana y la divina. Y como era sin pecado, Jes�s pod�a ofrecer la soluci�n perfecta para el pecado. �El Padre es digno de alabanza por la belleza de un plan que satisface exactamente nuestras necesidades! Nada viene como un pensamiento posterior. Todo ha sido previsto con extrema precisi�n. �Ciertamente �l ha demostrado su amor por nosotros a trav�s de tal cuidado meticuloso y provisi�n! Ayuda para todos los que son tentados Nuestro escritor revela una tercera bendici�n que disfrutamos a trav�s del Hijo divino que fue en todos los sentidos hecho como nosotros: �l puede socorrer a todos los que son tentados (2:18). No entienda mal lo que el escritor est� dici�ndonos. A menudo nosotros nos consolamos conociendo de nuestras miserias y fracasos. Si yo he fracasado en mi negocio o en mi matrimonio o con la siembra de una huerta, yo me conforto encontr�ndome a otros que han fracasado de la misma manera en sus esfuerzos. �Porque si todos han tenido �xito donde s�lo yo haya fallado, ser�a una p�ldora amarga de tragar! En verdad, la miseria busca compa��a. Claro est�, que reconocer nuestros pecados uno al otro tiene su lugar, para pedir perd�n de aqu�llos a quienes hemos hecho da�o, y para decir c�mo Dios se�al� con precisi�n nuestro pecado y nos trajo al pie de la cruz. Los cristianos en apuros pueden cobrar �nimo comprendiendo que todos nosotros, por m�s maduros y santos parecemos ser, siempre necesitamos la sangre de Cristo que cubra nuestro pecado. Si nos mantenemos al d�a con la confesi�n de nuestros pecados, la sangre de Cristo se mantiene al d�a purific�ndonos de nuestros pecados y limpi�ndonos de toda maldad (vea 1a Juan 1:5�10). Como se ha dicho a menudo, �al pie de la cruz todos estamos en el mismo nivel.� �Pero Jes�s no ofrece ayudarnos compadeci�ndose lastimosamente con nuestros fracasos! �Cuando �l enfrent� la tentaci�n, �l triunf�! �S�, Jes�s puede ayudarnos en nuestra tentaci�n capacit�ndonos para ser vencedores! El papel de Jes�s como sumo sacerdote perfecto empieza perdonando nuestros pecados, pero r�pidamente pasa a ense�arnos c�mo vivir de maneras que agradan a un Dios santo. En el desierto Jes�s enfrent� al diablo que le ofreci� los premios m�s tentadores imaginables. A lo largo de su ministerio, Jes�s enfrent� a muchedumbres inconstantes y a disc�pulos duros de entendimiento que probaron su paciencia a cada momento. En el huerto de Getseman�, Jes�s enfrent� la �ltima tentaci�n: salvarse del dolor y la agon�a de la muerte en una cruz. Pero en cada caso y en todos los sentidos, Jes�s escogi� los caminos de Dios, y �por lo que padeci� aprendi� la obediencia� (He. 5:8). Aun ahora, Jes�s est� listo para compartir la riqueza de la sabidur�a que �l ha ganado a trav�s de la experiencia humana. �Est� listo para ayudar a todos los que son tentados, con la esperanza de tambi�n compartir con ellos la alegr�a de la vida triunfante! Jes�s aprendi� la obediencia, y yo puedo aprender la obediencia de �l. A trav�s del Salvador sufrido que triunf� sobre el pecado y la muerte como un hombre, nosotros podemos disfrutar la liberaci�n del miedo de la muerte, la libertad del castigo del pecado, y la liberaci�n de la necesidad de pecar. Aun ahora, Jes�s nos invita a gustar estos buenos regalos y compartir en las victorias que �l ha ganado. �l particip� totalmente en nuestra naturaleza humana para darnos estos ricos y valiosos tesoros. Prueba del amor del Padre Pero debemos atender a una verdad m�s profunda que embellece y junta a todas estas verdades. Durante varias temporadas de Navidad he o�do una historia que viene en versiones diferentes. En una versi�n, un incr�dulo dijo a un predicador que la doctrina cristiana de la encarnaci�n (que el Hijo de Dios se hizo carne) no ten�a ning�n sentido y que, por consiguiente, el evangelio de Jesucristo ten�a muy poca atracci�n para �l. D�as despu�s, el predicador visit� al esc�ptico en su casa y tuvo una conversaci�n agradable. Mientras estaban sentados, hablando en la sala, un hermoso p�jaro cantor vol� derecho al cristal de la ventana, rompi�ndose el pescuezo, y cayendo muerto al piso del p�rtico. ��Pobre criatura!� Dijo preocupado al anfitri�n. �He probado todo lo que s� para que vean este vidrio. �Pero ellos siguen viniendo! Si s�lo pudiera hacerme p�jaro como ellos, para advertirlos en su propio idioma sobre este cristal!� De repente el esc�ptico comprendi� que su propio sue�o de salvar los p�jaros volvi�ndose p�jaro reflejaba bellamente el plan de Dios en la encarnaci�n de la Palabra eterna (Juan 1:14). Su duda se rindi� al arrepentimiento y la fe. Las historias, es claro, ilustran a menudo uno o dos aspectos de una verdad sin comunicar la belleza y complejidad del todo. Esta historia capta muy bien la empat�a de Dios por las personas perdidas, junto con la buena voluntad de Dios de entrar en su mundo para salvarlos. Pero la historia no va hasta donde fue Dios en Cristo para redimirnos. Primero, el hombre hecho p�jaro cantor no estar�a satisfecho meramente con informar a sus p�jaros compa�eros del peligro que enfrentaban. �l tendr�a que sufrir su destino y morir por ellos de la manera (si pudi�ramos imaginarlo) m�s vergonzosa para los p�jaros. Pero hay otro sesgo que la historia necesita, uno que a menudo no vemos, que raramente contemplamos. La historia supone que el hombre compasivo que se volvi� p�jaro cantor revertir�a a su condici�n anterior de hombre una vez que el mensaje fuese entregado y los p�jaros cantores estuvieran seguros de nuevo. Pero nosotros buscar�amos en vano en la Biblia para encontrar a Jes�s, despu�s de su resurrecci�n, haciendo a un lado su humanidad o mudando la naturaleza humana que hab�a tomado. S�, �l ascendi� al cielo y se sienta a la diestra del Padre, pero se sienta all� en el cuerpo resucitado que todav�a lleva las heridas en sus manos y pies y costado. �El Padre nunca ha invertido o deshecho la encarnaci�n de la Palabra, y no hay ninguna indicaci�n de que �l quiera hacerlo jam�s! Aqu� nos enfrentamos con un misterio sobre misterio. Aqu� nos enfrentamos con el enigma del tiempo intersecando la eternidad. Aqu� nos enfrentamos con las profundidades inimaginables del amor de Dios. Una misi�n de encarnaci�n temporal para el Hijo divino habr�a sido bastante para demostrar el amor de Dios por nosotros. Pero el amor que entra en la vida humana sin buscar una salida va a�os de luz m�s all� de nuestros sue�os m�s fabulosos. Dios no desea salvarnos meramente. �l quiere habitarnos, y quiere que nosotros vivamos dentro de �l (Juan 17). �l desea la intimidad eterna con nosotros. Y la prueba m�s clara de que Dios ha puesto su afecto eterno en nosotros, se descubre cuando consideramos esto: que aun ahora en el pecho del Padre est� el rostro humano de Jes�s, y aun ahora extendida desde el pecho del Padre est� la mano humana de amor divino traspasada. �Qu� significa para nosotros decir que el Hijo se hizo uno de nosotros? Significa la libertad real de la muerte, el perd�n real del pecado, la ayuda real en la tentaci�n, y la prueba positiva del compromiso inquebrantable de Dios eterno con los hijos de Ad�n. �A Dios sea la gloria! El Dr. Joseph R. Dongell es un ministro ordenado de la Iglesia Wesleyana y ha estado empleado en el Seminario Teol�gico de Asbury durante los �ltimos doce a�os como Profesor de Estudios B�blicos. El Dr. Dongell ha estado casado con Regina durante veinti�n a�os y tienen hijos gemelos de 16 a�os, Jordan y Janna. Los Dongell viven en Wilmore, Kentucky, EUA. Firmes en la fe �� Recursos de sermones  PAGE 1 67JKz{| ( �����++B+E+w+z+�/�/�/�1�6�6�;�;�B�BQQuR�R�R�R�R���û򻯻�������������������������w�kgh�C]h5�OJQJmH sH h>V�mH sH h5�H*mH sH h5�6�mH sH h�C]mH sH h5�CJOJQJmH sH h�UmH sH h5�OJQJmH sH h5�mH sH h5�5�CJOJQJmH sH h1M 5�CJOJQJmH sH  h5�6�9�CJHOJQJmH sH h5�CJOJQJmH sH '6IJKz{| X ����9������������������$a$gd>V� $d�a$gd>V� $d�a$gd>V�$a$gd>V�$a$$a$$$d &d N�� P�� a$$$d &d N�� P�� a$�R�R��9��A!%($,�/�/�/�/�1�6�6�6�6k9 <�@�B�B�B�B���������������������� $d�a$gd>V� $d�a$gd>V� $d�a$gd>V�$a$gd>V� $��`��a$gd>V�$a$gd>V��B%G�I`M�OQQ�R�R�R�R�R����������� � �!�(#�$d N�� d�$a$gd>V� �R�R�R�R�R�R�R�R�R�R�R�R��Ҿҩҗ���h5�OJQJmH sH h�Uh�C]#h�'�h�C]5�CJOJQJmH sH (h�U0J5�CJOJQJmHnHsH u'h�'�h�C]0J5�CJOJQJmH sH "jh�C]0J5�CJOJQJUh�'�h�C]mH sH h�C]5�6�CJOJQJmH sH  /0��&PP��/ ��=!��"��#��$��%��@�H@��H Normal CJOJPJQJ_HmH sH tH >@> Heading 1$d�@&5�DA@���D Default Paragraph FontVi���V  Table Normal :V �4�4� la� (k���(No List 0>@�0 Title$a$5�JC@J Body Text Indent��d�`��4@4 Header  ���!4 @"4 Footer  ���!.)@�1. 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