Estoy Agradecido por Mi Herencia Wesleyana
por Edward Coleson
de “The Wesleyan Advocate”, junio, 2001
Cuando Juan Wesley comenzó su ministerio en 1738, la moralidad y la religión se habían desintegrado en Inglaterra. En mayo de ese año, Wesley tuvo su experiencia de “Aldersgate” y salió a predicar a las multitudes al aire libre en los campos. Un siglo después, la Reina Victoria estaba en el trono y “victoriano” se hizo sinónimo con piedad y moralidad. Las cosas pueden cambiar para el mejor. Ha sucedido.
Además de los grandes cambios de carácter logrados por el avivamiento wesleyano, reformas políticas y sociales impactantes eran productos del despertamiento espiritual. De las muchas reformas, tal vez la abolición de la esclavitud era la más notable. En 1772, Inglaterra liberó a sus esclavos. Esta liberación fue principalmente el trabajo de Granville Sharp, quien apresionó al “King’s Bench” (la Corte Suprema de Inglaterra) a tomar la decisión de liberar a los esclavos. Su Excelencia el Juez Mansfield lo hizo porque la esclavitud es contrario a la Ley de Dios (ojalá que las cortes de hoy estuvieran tan iluminadas).
Unos dos años más tarde, Wesley escribió su famoso ensayo sobre la esclavitud en la cual expresó la misma verdad: “A pesar de diez mil leyes, lo bueno es bueno y lo malo es todavía malo.” Pronto un parlamentario joven y dotado, William Wilberforce, aceptó el desafío. En 1791, unos pocos días antes de morir, Wesley le escribió a este estadista cristiano su carta final, animándolo a continuar la lucha. Fue un trabajo casi imposible, pero al fin pudo lograr que el gobierno prohibiera la participación de los barcos británicos en el comercio lucrativo de esclavos (1807). En 1834 los esclavos en las colonias fueron emancipados. Wilberforce murió antes de ver la liberación de estos esclavos, pero sabía que pronto sucedería.
El profesor de historia, el Dr. Earle E. Cairns, escribió que los evangélicos ingleses lograron más para el bien que cualquier otro movimiento de reforma en la historia (Santos y Sociedad). Esto es una parte preciosa de mi herencia. ¿Por qué estarán enterados tan pocos cristianos de nuestros grandes logros?
La Iglesia Wesleyana americana nació en 1843 precisamente porque las denominaciones principales se negaron a oponer la esclavitud. Para ese entonces ya era peligroso hablar en contra de ella. Los presidentes Washington y Jefferson estaban apologéticos por el vicio anciano y deseaban que se desapareciera. En verdad, otro dueño de esclavos en Virginia, el Coronel George Mason, les había rogado a los padres fundadadores de la nación que abolieran la esclavitud cuando escribían la Constitución en 1787 amonestándolos que Dios juzgaría la nación si ellos rehusaron hacerlo.
Para los años 1830, los del Sur comenzaron a justificar su “institución peculiar”. Dijeron que la Biblia realmente aprobaba la esclavitud y que no era conveniente diferir con ellos. La situación no era mucho mejor en el Norte. En 1837 Elías P. Lovejoy, quien publicaba un periódico anti-esclavitud, fue matado en Illinois. William Lloyd Garrison, el publicador de El Libertador, fue arrastrado por la calle en Boston con un mecate alrededor del cuerpo y probablemente habría sido ahorcado si alguien no lo hubiera rescatado y lo metiera en la cárcel para su propio bienestar.
Este era el ambiente en que unos pocos cristianos valientes como Orange Scott y Lutero Lee, fundaron nuestra iglesia, no solamente con el propósito de “propagar la santidad bíblica por estas tierras,” sino para intentar a conseguir justicia para sus prójimos que eran también hijos de Dios.
No me avergüenzo del evangelio de Jesucristo (Romanos 1:16) y doy gracias por mi herencia wesleyana.